sábado, 21 de noviembre de 2009

Prólogo de EL BOSQUE SIN TIEMPO


Si todo está al revés, está en su sitio


Por Benjamín Prado


Un buen libro es siempre el mapa de un tesoro y no es jamás una línea recta: por eso El bosque sin tiempo nos lleva a la isla Elefante por el camino lleno de curvas de las parábolas y con la intención de hacernos ricos, aunque de una forma muy especial.
La ciudad de Stellae es un lugar al que los niños van a divertirse y los adultos a aprender, porque a los primeros sin duda les van a gustar los habitantes de ese sitio en el que la prisa no existe, las horas están prohibidas y los kilómetros son inventados para que el lugar parezca más grande; y a los segundos les hará pensar que a este lado de la literatura también podrían ser más felices si no existiesen, entre otras muchas cosas, los relojes, la televisión y el humo, salvo el de las chimeneas, que se consideran imprescindibles para combatir el frío y para celebrar la navidad.

Bianca Estela Sánchez ha venido a decirnos que no hay mayor aventura que la de pararse, porque la quietud es el principio de la imaginación. Pensar mientras corres es mucho más difícil y no hay mayor enemigo de la observación que la velocidad. El bosque sin tiempo habla de todas esas cosas sin nombrarlas, a base de hablar justo de todo lo contrario cuando define la vida y las costumbres de la isla Elefante.

¿Se imaginan un mundo en el que cualquiera pudiese cambiar de edad todas las veces que quisiera, para tener cuarenta años un día y al siguiente cinco, y en el cual fuera posible comprar minutos vacíos para llenarlos de las cosas que nos gustaría hacer? Tal vez debiéramos falsear los días como los ciudadanos de Stellae falsean las distancias, para crear los días de veinticinco horas y usar la añadida para leer. Ésa sería una buena manera de lograr nuestra vieja aspiración de robarle tiempo al tiempo.

Escrito con una profunda delicadeza y con un exacto conocimiento del poder simbólico de la escritura, este cuento de Bianca Estela Sánchez Pacheco es una botella arrojada el mar que tiene en su interior un mensaje en el cual nos ofrecen ayuda, en lugar de pedírnosla. Una ayuda que no tiene forma de respuesta, sino de pregunta: ¿Y si nos estuviéramos equivocando y resulta que somos presos de todo lo que creemos tener? No es nada raro que incluya un homenaje oculto a Ángel González, cuando cita un poema suyo que habla de lo trabajoso que resulta “mover el corazón todos los días / casi cien veces por minuto”, y en el cual se afirma que “para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho.” Lo cual también es una manera de decir que hay que comprender lo que vale cada segundo para darse cuenta del precio que pagamos por perderlo. A algunas personas les cuesta toda su vida.

Un buen libro siempre es una clase de fábula, y en las fábulas las cosas se dicen al revés para poder ser mejor entendidas: ése es el sentido de la literatura, reducir las cosas a su esencia para poder ser vistas en toda su amplitud. En el caso de los cuentos infantiles que no quieren conformarse con serlo, eso resulta aún más evidente. El bosque sin tiempo es una muestra extraordinaria de todo ello.